jueves, 25 de mayo de 2017

Epopeyas modernas

Una de las historias más inspiradoras que recuerdo es la epopeya de la Expedición de Ernest Shackelton. Empezó como una carrera para llegar al polo Sur antes que la expedición noruega de Roald Amundsen. Después de que Amundsen se adelantara el aventurero transformó sus planes en otra expedición para atravesar el continente antártico de punta a punta. 
Partirían en Diciembre de 1914 en el Endurance, un barco de 350 toneladas. Esta expedición acabó como una gran hazaña de supervivencia tras fracasar también en este intento.

Fracasaron porque quedaron bloqueados por el hielo en el mar de Weddell, vivieron un invierno en el Endurance esperando el cambio de estación para finalmente perder el barco destrozado por la presión que ejercía el hielo y finalmente engullido por el mar helado en noviembre de 1915. 


Atrapados en la banquisa

Su primer reto fue llegar a una isla andando por el hielo, para que la llegada de la primavera y el deshielo les pillara en tierra firme. Estaban preparados porque para su expedición llevaban víveres y perros para montar trineos.
Pérdida del Endurance
Una vez llegaron a la Isla Elefante, decidieron que el carpintero de ribera del barco primero utilizara dos de los tres botes, que habían arrastrado por el hielo, para hacer un refugio y luego que preparara el tercer bote, el James Caird, para intentar llegar a una zona habitada y pedir auxilio antes de que llegara de nuevo el invierno. 
La transformación del James Caird fue total. El carpintero Harry McNish tenia un gran conocimiento de los barcos de vela, así que elevó las bordas, lastró el bote con grandes piedras, le instaló una cubierta y un aparejo compuesto de dos mástiles para la mayor y el foque.


Botadura del James Caird tras su transformación

La isla Elefante estaba fuera de las rutas comerciales, así que Shackelton y otros cinco duros marineros decidieron navegar en una singladura épica a favor del viento y el mar a sotavento del Cabo de Hornos hasta llegar a la isla de San Pedro (actual Georgia del Sur) a 800 millas náuticas, con el invierno pisándoles los talones. Sufrieron una gran depresión que, como conocerían posteriormente, hundió un vapor en latitudes cercanas. Sin las actuales ayudas para la navegación, el navegante Worsley aprovechaba los pocos momentos en que se despejaban las nubes para poder estimar su posición a base de sextante y cronómetro hasta que por fin consiguieron llegar a la isla. 



Una vez llegaron a la isla de San Pedro, encontraron una ensenada entre acantilados donde consiguieron desembarcar. En la isla se dieron cuenta que ya no podrían volver a salir a mar abierto para costear hasta la estación ballenera noruega que estaba en el lado opuesto. Shackelton tuvo que atravesar los 35 kilómetros que les separaban de la base de Stromness junto a dos marineros. El interior era desconocido porque no estaba cartografiado, subieron montañas de gran desnivel entre tormentas de nieve y viento huracanado para conseguir llegar a la estación. La isla está atravesada por una cordillera coronada por el monte Paget de 2.923 metros de altitud.


Isla San Pedro, actual Georgia del Sur

Una vez llegaron a la estación ballenera los sorprendidos noruegos dispusieron un barco para recoger a los tres compañeros de singladura que quedaban al otro lado de la isla. Pero Shackelton tardó más de tres meses en conseguir ayuda para rescatar al resto de la tripulación, abandonado por las autoridades británicas que ya estaban inmersas en la Primera Guerra Mundial.
Finalmente rescataron al resto de la tripulación tras varios intentos fallidos y gracias a la ayuda de un remolcador Chileno que consiguió acercarse a la isla.

Muchos aspectos de esta aventura fueron impresionantes. En primer lugar la forma de reclutar la tripulación mediante un anuncio en la prensa en el que se buscaba gente dispuesta a un viaje difícil, a cobrar poco, pasar frío, peligros,...pero los que volvieran tendrían honor y reconocimiento. La tripulación estaba preparada y sabía a que se enfrentaba.




También el liderazgo de Shackelton que consiguió mantener a la tripulación unida, lidiando con las desavenencias que inevitablemente se generaban y su compromiso con ellos.
La idea de llevar a un fotógrafo en la tripulación para que fuera retratando el viaje fue brillante. El reportaje fotográfico, que se consiguió rescatar, nos ha posibilitado ser conscientes de todos y cada uno de los hitos que tuvo que ir pasando esta tripulación.

La historia de Shackelton es la historia de un fracaso, pero en cambio supuso el triunfo de muchos valores: la humanidad, la cooperación, la valentía, el buen hacer marinero, el coraje,... Su huella ha perdurado con fuerza como otros grandes fracasos que han marcado la historia. 
Los grandes fracasos nos han atraído siempre, no hay más que leer la Odisea de Homero escrita en el S. VII antes de Cristo. El retorno a Ítaca de Odiseo, Ulises para los romanos, tras la batalla de Troya  superando todas las pruebas que le pusieron los dioses forma parte de nuestra cultura.

En la actualidad hay poco espacio para la aventura o el heroísmo. Parece que es difícil que podamos ver o vivir estas aventuras. Aventuras sin grandes intereses comerciales, sin una marca detrás intentando rentabilizar al máximo el evento, aunque también Shackelton tuvo que buscar la forma de "vender" su aventura para poder financiarse.
De hecho el nombre del bote, James Caird, era el nombre de uno de sus patrocinadores Sir James Key Caird, aunque la diferencia radica, a mi entender, en que los sponsors de la expedición de Shackelton no esperaban un retorno directo de su inversión. 

Hace unos días una marca de vehículos anunció, junto a uno de los herederos de Shackelton, una expedición en todoterreno para cruzar la Antártida en coche. De esta forma consiguieron lo que la expedición no logró, llegar al Polo Sur y atravesar el continente.




Con esto la marca ha conseguido unas imágenes espectaculares y tener una visibilidad importante en las redes sociales e incluso en algún telediario, pero me parece que le ha hecho un flaco favor a la memoria de Ernest Shackelton.
El impacto que tuvieron con su "fracaso"fue espectacular. Por ejemplo, hoy en día la Royal Navy utiliza la caminata de Shackelton a través de la Isla de San Pedro como parte del entrenamiento de sus mejores hombres.
En cambio en menos de un año probablemente se haya olvidado esta campaña publicitaria. 


Estamos absorbidos por los intereses comerciales y económicos cortoplacistas. Nuestros aventureros actuales son los regatistas oceánicos y se las ven canutas para conseguir sponsors. Además estos piden retorno directo. Es decir, exposición en los medios, generación de contenido y presencia. 
Al final los regatistas, si quieren dedicarse a esto de navegar, parece que tienen que hacerlo en las regatas que tienen algo más de tirón mediático. Pero claro los barcos son caros y ponerlos a punto más. Esto es algo recurrente en la regatas de hoy en día.
Una Volvo Ocean Race o una Vendee Globe son unas carreras durísimas. Sobretodo  cuando el reto es hacerlo a velocidades de vértigo jugándose la vida. De hecho muchos de los barcos que participaban tenían más de 15 años. Mientras que otros eran nuevos con la última tecnología en foils.
Pero creo que se está perdiendo algo por el camino. Han perdido ese halo de relación íntima con el mar y aventura de las primeras ediciones. Como no recordar a Bernard Moitessier o Eric Tabarly revolucionando el panorama náutico a finales de los 60 principios de los 70.



Los regatistas se han visto obligados a convertirse en financieros, navegantes, meteorólogos, reparadores y grandes comunicadores para conseguir tener un hueco y tener contentos a los sponsors. No hay más que ver los problemas que tuvo Didac Costa en su particular epopeya y el buen trabajo que hizo para conseguir participar, reparar, comunicar, acabar y enganchar a mucha gente a seguir su tremenda regata. Con una barco que tenía 16 años trataba de competir con barcos de última tecnología. Igual que otros barcos de la flota como el de Sebastien Destremeau que incluso era más antiguo.



En su medida fue una aventura como la de Shackelton. Oficialmente algunos podrán calificarlo con un "fracaso" porque no ganó, pero para mí y para muchos fue un éxito rotundo que consiguiera salir de las Sables d'Olonne por segunda vez; y una auténtica hazaña que consiguiera llegar de nuevo al mismo puerto tras 108 días.
Probablemente consiguió más presencia en las redes y medios que si no hubiera tenido problemas. Pero incluso se ha quedado corto, ya que una gesta como la que consiguió tendría que haber llegado a más público español.
Cuando un deporte se profesionaliza tanto y cuando sólo consiguen competir los que más recursos tienen la competición y el interés muere.  Se van acumulando ediciones de regatas, aparecen nuevas regatas promovidas por intereses ajenos no deportivos y se va diluyendo el interés general en ellas. 
O las regatas tratan de convertirse en negocio en si mismo. 
Sólo hechos excepcionales consiguen conmovernos  y atraer a más público. 
Necesitamos más ejemplos como el de Didac que nos inspiren, no que den minutos de presencia efímera en las redes o en la televisión, sino que perduren y trasciendan.